17 de agosto de 2012

La cocaína desde la visión del consumidor y la sociedad.

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Algo larga pero interesante nota que muestra la droga desde el punto de vista del adicto y la "moda" social. Muy interesante. Saludos. Sergio D. Taladriz - Farmacéutico.

 El dulce veneno de la cocaína.

Nota extraída del diario "La Nación"

Esa pobreza para analizar el origen de la demanda se percibe mejor si se la compara con la enorme energía desplegada en combatir la oferta y el tráfico, así como la gran cantidad de recursos para curar a quienes, una vez instalada la adicción, se sumergen en el infierno de la blanca droga que, mal que nos pese, se ha transformado en un ícono de toda una cultura.

Es claro que la lucha contra el narcotráfico es deber de toda sociedad que sienta un mínimo interés por la salud de sus miembros. Lo mismo pasa, por ejemplo, con la lucha contra la trata de mujeres, el trabajo esclavo y tantas otras actividades oscuras que, sin embargo, cuentan con un mercado de consumidores que demandan el "producto", mercado que merece un análisis tan profundo como debiera ser el combate contra los que se enriquecen con industrias tan sórdidas.

La cocaína ayuda a seguir y nunca parar. Ayuda a que lo que duele no duela, a que lo que es temible no se sienta temible, propicia que lo que es frágil se disfrace de fuerte y apunta a una vivencia de omnipotencia que apoya, en términos emocionales, el ideario moderno de "ir para adelante" sin parar ni sentir, tal como canta Eric Clapton en la célebre "Cocaine" ("Cuando tu día se terminó, y quieras correr, cocaína").

A diferencia de la marihuana, que entontece y disuelve la conciencia en una dispersión incompatible con el trabajo o acciones que exijan eficacia funcional, la cocaína agudiza o aparenta agudizar ese tipo de eficacia, por lo que se percibe como una droga que "ayuda" en ciertas tareas, sobre todo, en las que generan una gran presión.

No en vano la cocaína surge como bastón en lugares en los que la competencia sobreexigida es religión. La droga ofrece una lejanía emocional que habilita a soportar lo insoportable y, a la vez, abre las puertas al habitar ese universo "canchero" que es el de la diversión de los ganadores de ese mundo competitivo, los que no tienen fisuras, dolores, dudas ni preocupaciones. El mismo Cielo en la Tierra, según ese tipo de cultura.

El miedo, la angustia, la fragilidad o los vaivenes anímicos normales a la condición humana, todo queda de lado cuando la cocaína pone "duras" a las personas que la ingieren, blindándolos contra sus propios estados de ánimo y contra ese medio ambiente que considera a la emocionalidad como una convidada de piedra, un signo de fragilidad y fracaso en el mar de los duros, los apurados y los ganadores.

Quizá por eso se considera a la cocaína la droga del poder, obviamente tomando el vocablo "poder" como sustantivo que nombra al lugar desde el que se puede manipular y transformar el ambiente para volverlo una extensión del ego del individuo, y no como verbo que nomina la acción posibilitadora, en la que el "otro" tiene un valor de tal, y no sólo es visto como "cosa" a ser manejada.

Es que, justamente, el efecto anestésico de la cocaína, que blinda la emocionalidad y la capacidad empática, evita todos los "perjuicios" que ese "otro" significa en el diario vivir. Si hay algo que distingue a la cocaína es el egoísmo de su idiosincrasia y el de la cultura a la que representa. El consumidor de cocaína "hace la suya", como mucho, generando alianzas circunstanciales con sus laderos, pero sin capacidad de enraizarse emocionalmente en nada. De hecho, eso es lo que busca: no sentir, para poder seguir para adelante (independientemente de dónde quede "adelante"), impulsado por la vivencia omnipotente e indolora que propone la droga y la cultura que esa droga representa.

¿Qué es lo que duele tanto en nuestra cultura como para que haga falta tanta anestesia? No es precisamente la pobreza material, ya que la cocaína es una droga cara, consumida mayormente por quienes viven en las zonas más altas de la pirámide social. ¿Qué se ofrece que no sea un ideario de "consumir para ser feliz" o "ganar a toda costa" a la hora de nombrar alguna plenitud posible en esta vida que nos toca?

Esos chicos que muestra la publicidad, poco más que adolescentes que, por oler bien gracias al perfume promocionado, con sólo chasquear los dedos reciben un millón de dólares y los favores de hermosas muchachas o son elegidos para entrar en lugares a los que otros quieren en vano ingresar, permiten entender qué significa decir que la cocaína es un tema cultural que se "aspira" en el aire, a través de una didáctica que propone la anestesia emocional como método para ser feliz.

Sin embargo, lo que en ciertos lugares es visto como fragilidad, desde otro punto de vista es percibido como fuerza. El individuo de la cultura cocaínica, omnipotente y anestesiado emocionalmente, se sostiene sólo a fuerza de consumo. En cambio, la persona abierta a su limitación individual y que no reniega de esa fragilidad, puede ver dicha condición como puerta hacia el vínculo con el otro. Ese vínculo genera red y esa red vincular con los semejantes es lo que, desde hace milenios, permite que las personas y las sociedades perduren, más allá de dolores, miserias y cataclismos.

El dolor parece signo de debilidad, pero, dado que es condición de nuestra existencia, aceptarlo sin tanta anestesia habilita a la intimidad con uno mismo, con los otros y con el mundo que nos constituye. Aceptar las grietas de nuestra condición, permite que la vida se sienta viva, y no sólo se la perciba como una película lejana, agobiante y vacía, tal como la sienten los adictos después de los 40 minutos de gloria posteriores al consumo. Aquí vemos entonces cuánto hay por hacer en relación a la cultura de consumo, exitismo y blindaje emocional que allana el camino a drogas como la cocaína, además de perseguir narcos y curar hombres y mujeres caídos en la pesadilla de la adicción. No hay mejor remedio que el entusiasmo y las ganas de vivir cuando de calidad de vida se trata. Más entusiasmo, menos droga. Más luz, menos oscuridad.

Las fuentes de ese entusiasmo pueden ser genuinas o mentirosas. En tal sentido, quizá no sea posible cambiar el mundo así como está planteado, con el GPS infiltrado por falsas coordenadas.

Lo que sí es y será posible, como siempre lo ha sido, es que ese mundo mentiroso que hoy representa la cocaína no cambie y quiebre a quienes, mal o bien, y con la fragilidad a cuestas, tejen el mundo con esa red que hace que, desde hace milenios, la humanidad siga su marcha hacia el mejor lugar posible.

http://www.diarioveloz.com/notas/71359-el-dulce-veneno-la-cocaina