31 de marzo de 2014

Extraordinaria historia de un enfermero español desde el foco del ébola.

El español que mira a los ojos del ébola.

La llamada siempre llega a la hora más inesperada. Suele ser breve: el nombre de un país y unas pocas instrucciones más. Luis Encinas, enfermero barcelonés y uno de los pocos expertos españoles en el virus del ébola, ya se sabe el protocolo de memoria. «Sota, caballo y rey», dice él. Esta vez ha sido Guinea Conakry, un país del África occidental que nunca antes había sufrido los avances de este letal virus.

En pocas horas, apenas un par de días, el domingo pasado se plantó en el corazón de la selva del sureste de Guinea Conakry, un rincón metido con calzador entre Sierra Leona, Liberia y Costa de Marfil. Su misión con Médicos Sin Fronteras durará un máximo de tres semanas, un tiempo durante el que volverá a mirar de frente al ébola, un virus altamente contagioso, casi imperceptible y que causa auténtico terror en África.

No es la primera vez que Luis Encinas se encara al letal virus. Lleva 10 años en muchos rincones africanos enfundándose el vestido de astronauta, como se conoce coloquialmente al traje de protección biológica, el único que puede garantizar su supervivencia evitando el contagio a través del contacto con los pacientes. «Ni un milímetro de piel puede quedar expuesto», explica Luis, de 45 años.

Luis ha vivido otras cuatro epidemias. Siempre África; siempre en el mismo cinturón de países: Uganda, República Democrática del Congo, Sudán. Ahora, misteriosamente, el ébola ha saltado a Guinea Conakry, en la costa occidental africana. Sin embargo, y por el momento, el virus nunca ha salido del continente y siempre aparece en zonas muy aisladas, en especial en el centro y oeste. Se trata de áreas húmedas y remotas con nulas o precarias estructuras sanitarias, un aspecto que sin duda contribuye a su letal misión.

Luis lleva 10 años, sí, pero todavía no le resulta fácil enfrentarse a los pacientes. Todos saben que la mortalidad del ébola es de hasta el 90% y son pocos y llamativos los casos clínicos que sobreviven a su mordaza. Además, el ébola viaja envuelto en una épica letal fruto de las historias de los tiempos del hombre blanco en África, cuando una misteriosa enfermedad se llevaba por delante a nativos y extranjeros. Pocos virus son capaces de matar tan rápido: apenas una semana basta para arrasar el sistema inmunológico del paciente. «Es una auténtica bomba biológica de contagio», asegura.

Cada vez que Luis entra en una de las unidades de aislamiento, una especie de carpas que se montan en poco tiempo allí donde ha saltado la emergencia, no le resulta fácil enfundarse en uno de estos trajes contra riesgos biológicos P4 (protección 4, la mayor) que, además del mono blanco hermético, consta de guantes, máscara y gafas protectoras. No es agradable mirar a los ojos a la persona que sabe que poco más le queda por perder. Qué horror la soledad del paciente en las salas de cuarentena. Qué terribles las últimas horas para acompañarles; aislados del mundo; son los parias, los intocables; las víctimas del ébola. Los damnificados de uno de los peores virus que conoce el ser humano. Las imágenes más duras que Luis tiene grabadas en su mente son las de la epidemia de Marburgo, un virus de la misma familia del ébola, en Angola, en 2005, cuando fallecieron más de 300 personas, convirtiendo el brote en uno de las peores que ha pasado por el país.

66 víctimas mortales.

La epidemia ya es oficial. Las autoridades de Guinea Conakry confirmaron el brote el pasado 22 de marzo y por el momento han informado de al menos 66 víctimas mortales y 103 casos sospechosos. La ONG Médicos Sin Fronteras ha montado dos zonas de aislamiento y cuarentena para casos confirmados y sospechosos en las localidades de Guéckédou y Macenta, ambas en el sureste del país, en un área donde vive un millón y medio de personas aproximadamente, en la conocida región como Guinea Forestal.

Luis Encinas es el único español presente en la zona. Su día a día es itinerante. Se mueve entre las tres principales ciudades afectadas por el brote y busca contagiados y lo que se conoce como el «rastreo de contactos» en un radio de 10 kilómetros a la redonda. Es decir, tiene que encontrar a todos aquellos que hayan estado en contacto con las víctimas. Cuenta que en la unidad de aislamiento de Guéckédou han muerto más de 10 personas en unos pocos días. Actualmente, Luis supervisa la cuarentena en Magenta de al menos dos personas sospechosas de estar contagiadas.

Los ojos de Luis han sido testigo de la angustia, el miedo y la ansiedad que causa un virus como el ébola, que se transmite a través de los fluidos: sangre, saliva, sudor o la tos, es decir casi con apenas mirar o tocar a la persona. En Conakry, la capital, donde el viernes se comunicó que ha llegado el virus con cuatro nuevos casos confirmados, el pánico ha hecho desaparecer de las tiendas las mascarillas y los guantes, convirtiendo en un asunto de atrevidos un simple apretón de manos. En los organismos oficiales ya es obligatorio usar guantes tanto para funcionarios como para ciudadanos. También se han agotado la lejía y los productos desinfectantes a base de cloro, los únicos que pueden limpiar la zona contaminada del letal agente.

Los síntomas iniciales del silencioso ébola son parecidos a los de la malaria y por eso es un virus muy escurridizo. Fiebre intensa, cefaleas, dolor muscular, conjuntivitis, debilidad general, vómitos, diarreas, erupciones cutáneas y sangrado interno y externo. El período de incubación es de un máximo de 21 días y se impone una estricta cuarentena al menos durante todo ese tiempo. Las víctimas no pueden sentirse más solas; abandonadas a la suerte de un virus sin piedad.

Lo más difícil es sacar sangre al enfermo. un solo pinchazo puede matarle. "Ni un milímetro de piel puede quedar al aire"

Curiosamente, el momento del fallecimiento del paciente es el de máximo riesgo de contagio; el de máxima posibilidad de transmisión. Luis sabe que la tradición de acompañar, lavar y vestir al cadáver se traduce en más contagios, aunque cueste creerlo. Ahí también está parte de su tarea: sensibilizar a la población de los riesgos existentes. Ayudarles y darles toda la información para la prevención, pero sin alarmarles. Es por ello que las autoridades de Guinea Conakry han prohibido los funerales públicos y además la venta o consumo de murciélagos (portadores del virus), una exquisitez muy popular en el país. Su ingesta por parte del hombre, sea cocinados a la brasa o en un caldo con pimiento picante, se traduce en el contagio automático del virus, multiplicando por infinito la transmisión.

En la Guinea Forestal, entre montañas ricas en hierro y bosques vírgenes, el enfermero barcelonés, experto en virus hemorrágicos, no termina de acostumbrarse al miedo. Mientras se coloca el traje, se enfunda los guantes y termina de colocarse la mascarilla, piensa en su familia, en Barcelona y en lo que supone mirar de frente a la muerte. Saber que tu trabajo puede implicar el contagio. No es fácil dejar el pensamiento al lado, pero la cordura se impone. Hay que estar muy concentrado; respirar hondo, estar sereno, tranquilo. «Es importante haber comido y dormido bien, entrar descansado en la zona de aislamiento, libre de preocupaciones y, sobre todo, nervios. Hay que saber lo que se hace en todo momento. Seguir el protocolo; tenerlo grabado en la mente».

Confiesa Luis que una parte de estrés es necesario. «Es como hacer algo de locos, pero sin perder la cabeza», insiste. Mirar de frente a un virus mortífero. El momento más peligroso es cuando se deben extraer muestras de sangre de los pacientes. El contacto es inevitable y un solo pinchazo podría acabar con su vida. Por eso, en las entrevistas e interrogatorios incluso dentro de la zona de aislamiento siempre se respeta el círculo de protección: tres metros de distancia del paciente contagiado o con síntomas. No todos los pacientes son conscientes de la gravedad de su situación y sin duda eso contribuye al desgarro que causa el pensamiento de los enfermos, como un inocente chico de tan solo 14 años que esta semana se ha convertido en una de las últimas víctima del ébola tras asistir a un funeral de un contagiado. Aunque en ocasiones no conozca ni los nombres de las víctimas, a Luis solo le consuela la satisfacción que conlleva contribuir al control y erradicación del brote.

Los supervivientes del ébola escasean. En una de las últimas epidemias en Uganda, en 2007, saltó a los titulares el caso del enfermero ugandés Kiiza Isaac, que contrajo ébola en su distrito natal, Bundibugyo, mientras recogía muestras de sangre a enfermos. Sus tres hijos también se contagiaron. Todos sobrevivieron, un auténtico milagro. Hoy trabaja dedicado a contar su historia y a ayudar a otros a superar su enfermedad.

El virus que atacó Uganda en aquel año era tan letal que llegó a dar nombre a una nueva cepa de ébola, el ébola-Bundibugyo (otras cepas son ébola-Sudán, ébola-Zaire,...). El enfermero ugandés sabe que el ébola inspira terror, hasta el punto de que muchas víctimas creen que han sido embrujadas, lo que contribuye a alimentar el mito del feroz agente.

Desde su descubrimiento entre Sudán y República Democrática del Congo en 1976 (en el primer brote mató a 431 personas de una vez), el ébola siempre ha sido un virus imprevisible y discontinuo. Aparece tan silencioso como mortífero. El ébola son varias cepas de diferentes grados de mortalidad de un mismo virus, una enfermedad en todos los casos devastadora para la que no existe tratamiento ni vacuna. Desde su descubrimiento se han registrado unos 2.200 casos, de los cuales 1.500 han sido mortales. Su contagio es tan invisible y elevado que desde los atentados del 11 de septiembre de 2001, el Ejército estadounidense colabora con farmacéuticas en la investigación de su cura. Sería un arma de destrucción masiva demasiado barata y eficaz para el terrorismo internacional.

Durante su misión al corazón de la epidemia, Luis siente que vive dentro de un quirófano; aislado, concentrado y alejado del exterior. No puede permitirse ni un segundo de distracción, no le gusta atender el teléfono, no le interesa lo que pasa ahí fuera; su único interés es acabar con el ébola, al menos en esta nueva misión.

FUENTE: ELMUNDO.ES